lunes, 17 de febrero de 2014

La Dolce Vita ... de Mierda



La Grande Bellezza (Paolo Sorrentino, 2013)

Jep Gambardella ha escrito una novela en toda su vida; su gran canto de cisne de cuyas rentas ha vivido durante décadas. Ha preferido ir realizando artículos periodísticos y entrevistas alimenticias que le hastían, porque de tanto ir de fiesta en fiesta parece que no ha encontrado el momento de volver a la literatura. Sus fiestas con variopintos personajes de la alta sociedad, sus paseos por una Roma en quietud, las conversaciones con los dos o tres amigos "reales" que tiene, algún escarceo amoroso (más bien sexual)...ocupan el tiempo de alguien que no espera nada más de la vida sino que vaya pasando de forma más o menos entretenida.

El director italiano Paolo Sorrentino hace recaer en este personaje omnipresente la labor de explorador que nos guía a través de la selva que es la decadente alta sociedad romana. Las actrices y modelos trepas se mezclan con los empresarios pervertidos, los nobles que se alquilan, los/las profesionales liberales que forman parte de esta élite a la que tanto detestaban desde su militancia juvenil de izquierda, los cirujanos plásticos de 800 euros la inyección de botox aplicada en cinco minutos en una sucesión de fiestas bizarras y conversaciones de resaca.


El bodegón se le queda difuminado a Sorrentino. Para empezar, quiere demasiado a su personaje principal, Jep Gambardella, a quien mima a pesar de ser igual de hijo de puta que el resto de gente con la que se codea. Le permite tener una lengua viperina que castiga a los mismos con los que se va de juerga cada noche. Da la sensación de que no puede evitar codearse con esa élite corrupta, pero a mi no me parece más que una excusa para que este escritor que no ejerce se salve de la quema general. Y eso no mola.

Por otro lado, cuando de la crítica se pasa a la parodia y de la parodia al esperpento, uno corre el riesgo de alienar al espectador. Tampoco ayuda que no haya ninguna historia reconocible sino una sucesión de estampas que intentan ejemplificar la existencia disipada de los que más tienen. Vamos, la película podría haber durado media hora, dos horas o cuatro días. Llamadme conservador, pero sigo apostando por las películas de inicio, nudo y desenlace; con una historia reconocible que seguir.

Tiene momentazos pero, en general, no consigue lo que pretende porque al director le cae demasiado simpático su protagonista y porque su crítica social se deviene en ópera bufa.

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